Probablemente os haya tocado ver el nuevo concepto de
ascensor que se está integrando, poco a poco, en la ciudad. El monótono y
aburrido ascensor se ha convertido en una pequeña sala de espera en la que a
través de un monitor puedes ver el tiempo, o enterarte del libro del momento.
Ahora todo el mundo quiere uno. La rivalidad que había antes entre vecinos para
saber quién la tenía más grande –en cuanto a televisores se refiere-, se ha
pasado a sutiles competiciones de barrio.
-Pues en mi ascensor han puesto una pantalla de 15”.
-Eso no es nada, la mía es de 20” y táctil y también puedes consultar el
horóscopo.
Se ha dado casos de vecinos que pasan más tiempo en el
ascensor que en su propia casa, sosteniendo la firme convicción de que la
conversación es más fructífera que con la que mantiene con su pareja.
Tal vez viajar en ascensor era, hasta hace poco, uno de los
pocos sitios que quedaban sin contaminar. El único sitio donde podías estar a
solas con tus propios pensamientos sin las interferencias de los anuncios de
cosméticos. Pero eso se acabó.
El ser humano está predestinado para vivir
colgado de una pantalla, sea del tamaño que sea. Iluminado por la luz, pero no
necesariamente por el conocimiento.
-Hola, buenos días.
-Cállese por favor, no ve que estoy leyendo las noticias.
Se acabaron las conversaciones, incomodas en la mayor parte
de los casos, que se mantenían en ese breve intervalo de tiempo. Bienvenidos a la nueva era de los ascensores
tecnológicos, en breve la película “Minority Report” dejará de ser un visión
futurista del mundo para convertirse en un documental con estética retro.
Israel Esteban
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