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La Conjura de los Necios


En un parking de la comunidad de vecinos de la calle Clavijo, se percibía un sutil movimiento de sombras en las mediaciones de una columna. Era Heliodoro que escondido examinaba con acritud el deportivo nuevo de su vecino del quinto, Tomás Avellán. Ahora su propio coche le parecía insignificante como de otro siglo. Heliodoro cogió el ascensor y justo cuando estaba introduciendo la llave con la mano temblorosa por la cerradura de su puerta, apareció su vecino. Se quedaron unos segundos mirándose incómodos con la sonrisa puesta en piloto automático. 

─ Buenos días Heliodoro. Nunca te lo he dicho pero me encanta tu nombre. Es tan original. ¿Te pasa algo?, te veo muy nervioso y tienes la frente sudada. 

Heliodoro molesto por el comentario sobre su nombre, intentó disimular su evidente irritación. 

─ Hola. Estoy bien, es que he subido por las escaleras. Llegas tarde al trabajo, no te quiero entretener. Adiós. 

─ No tranquilo. Tengo tiempo. ¿Has visto mi nuevo coche? 

─ Te refieres a ese Audi R8 dorado con llantas de veinte que ronda los ciento cuarenta mil euros. No, no lo he visto –dijo con reticencia. 

─ Y ¿tú no cambias de coche? Si por tener, no tienes ni cierre centralizado. 

─ Mientras me lleve y me traiga. Prefiero gastarme el dinero en otras cosas. 

─ ¿Cómo por ejemplo en comer bien y mucho? –dijo Tomás con tono irónico señalando la panza de Heliodoro. 

─ Pues dices bien. Por cierto me llamó tu mujer el otro día para que le arreglara una tubería. ¿Quedó satisfecha?, no quise cobrarle nada. ¿Te comentó algo? 

Tomás extrañado, improvisó algo ya que no tenía ni la menor idea del asunto. 

─ Si, si. Me comentó que eres un manitas y haces muy bien tu trabajo 

─ Si cierto. Ella lo sabe mejor que nadie. 

Se despidieron torpemente ya que la conversación había alcanzado niveles de tensión desaconsejables para la salud. 

Pedro bajó al parking con prisa ya que iba con bastante retraso. Frenó en seco dejando el dibujo de la goma del zapato en el suelo y una urticaria le empozó a brotar entre las cejas. Su coche nuevo tenía las más hermosas poesías jamás escritas a llave sobre el capó de un coche. Como al que le echan hierro fundido por la espalda, Tomás aulló propagando el eco por todo el edificio y éste, se fundió con otro bien diferente que salía del dormitorio del quinto. 



Israel Esteban



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