La longevidad ya no es noticia en los periódicos. Los cien años de soledad que proclamaba Gabriel García Márquez se convertirán, con el tiempo, en una cifra exigua.
Ahora sólo falta que lleguemos dignamente a esas edades con la ilusión de poder asearnos nosotros mismos, o simplemente tener el placer de poder degustar un buen solomillo con nuestros propios dientes, sin la necesidad claro está, de tener que conformarnos con la ingesta de una insustancial papilla.
En base a estos datos deberíamos ir rompiendo las barreras de la edad, ya que las líneas divisorias se superponen. Estamos mezclados, perdidos en esta jungla digital donde el concepto unipersonal está de moda.
Y es que, actualmente, hay un vacío respecto a conductas y formas de vestir. No sabemos hasta cuando no es recomendable ataviarse como un adolescente, hasta cuando hay que dejar de hacer ciertas cosas. Hace falta una evolución inmediata. La exijo.
Llegará el día, cuando alcancemos los ciento veinte años, que nuestra mente madura olvidará que alguna vez fuimos niños. La ciencia nos ayudará a llegar con un cutis liso, y con las articulaciones nuevas. No sé si la solución será vía intravenosa o rectal, pero alguna habrá.
De momento, el que se ha dado cuenta de este tipo de cosas es el Gobierno, ya que nos invitan, de forma ineficaz, a que trabajemos hasta un segundo antes de caer desplomados sobre nuestro propio ataúd.
El epitafio de la lápida rezará: Disculpen que no me levante, estoy de baja eterna. No es absentismo laboral. Que me den de baja en la seguridad social, a partir de ahora me resultará difícil hacer frente a los pagos.
Israel Esteban
Es una lástima que algunos padres no cuiden con extrema delicadeza la infancia de sus hijos. Es en esta época, que debería prolongarse en el tiempo, cuando se asientan gran parte de la felicidad o el dolor futuro. Pero hay tantas cosas por hacer. Tienen tanta prisa que no les dejan ser niños. Y sin tiempo para descubrirse a sí mismo, ni a sus semejantes, son introducidos a empujones en la dura y confusa adolescencia, que ésta sí, lamentablemente para algunos, se prolonga casi indefinidamente en el tiempo.
Muchos de estos individuos que no tuvieron tiempo de formarse en la infancia vagan por la vida buscando un asidero, una tabla de salvación para sus afligidas almas.
Quizás, esa tabla llega cuando poco a poco va cayendo el telón de la vida. Cuando se van apagando progresivamente las luces en nuestro cerebro y cuando ya, entre tinieblas, no somos capaces de discernir aquello que tanto daño nos hizo en nuestra infancia, o adolescencia. Y ya instalados en una venerable y parece que también prolongada ancianidad, no es cosa ya, a esas alturas, de demostrar que llegamos a alcanzar la madurez, y que por fin somos personas coherentes y consecuentes en nuestros actos.
Así que, finalmente, volvemos a ser como los niños que no nos dejaron ser, y entre mimos y pucheros jugamos a ser mayores vistiendo, comiendo o actuando como si volviésemos a ser adolescentes.
Gracias por la aportación, cada uno tiene una visión diferente del mundo.Hay mucha gente que carece de buen gusto tenga la edad que tenga y una vez más, insisto en la educación. La asignatura que enseña a un padre a formar a un hijo para que esté mejor preparado para enfrentarse al mundo, no la imparten en ningún colegio. Uno realmente no se prepara lo suficiente para educar a un hijo mentalmente sano. Los padres habitualmente aprenden sobre la marcha, y su propia ignorancia puede hacer mucho daño a sus vástagos. Por ejemplo: sobreprotegerlos pero esos ya son otros temas. Un saludo.