Aquel sábado dos desconocidos coincidieron en el
Rijksmuseum de Ámsterdam. El azar les reunió frente a ese cuadro, “Noche
estrellada en el Ródano”, y juntos permanecieron sentados sin dirigirse una palabra.
La oscilante mano de Carlos estaba a escasos centímetros
de la de Amanda, pero sus pensamientos eran antagónicos tanto en el tiempo como
en el espacio.
Ella observaba ese cielo estrellado de girasoles como si
de una fiesta de pirotecnia se tratase. Más abajo se podían ver dos barcas
amarradas a la altura de sus pies; dos barcas dos caminos a elegir. Una para su
ex-marido, que deseaba que fuese a la deriva, y la otra para poder cruzar al otro lado.
En las aguas mansas, como túnicas de seda, se proyectaban las luces de la ciudad; luces cálidas, acogedoras. Allí era donde quería cruzar sin mirar atrás, para no darse cuenta del fatal desenlace de su ex-marido. No quería mirar como se precipitaba al vacío, por miedo a tener que asumir que quizás, todavía sintiese algo por él.
En las aguas mansas, como túnicas de seda, se proyectaban las luces de la ciudad; luces cálidas, acogedoras. Allí era donde quería cruzar sin mirar atrás, para no darse cuenta del fatal desenlace de su ex-marido. No quería mirar como se precipitaba al vacío, por miedo a tener que asumir que quizás, todavía sintiese algo por él.
La sonrisa de alivio de Amanda, pasaba desapercibida para
Carlos. Éste, ensimismado por la pintura, se le escapaban lágrimas nómadas que
parecían irse en busca de otros dueños.
Aquel cuadro le recordó esa noche de vigilia
que pasó con su difunto hijo. Habían quedado para ver las estrellas, pero
ahora al mirar ese cielo al óleo no veía astros sino visiones . Visiones que
mostraban que hay algo más después de esta vida. A pesar de tener esa
sensación, no pareció tranquilizarle en
absoluto.
Las luces de la ciudad iluminaban las ondulantes aguas. Haciendo que las franjas no iluminadas fueran más oscuras.
Esa oscuridad le inquietaba porque para él representaba el mundo de los muertos.
Lo que habita fuera
de la pintura es el mundo de la imaginación; y lo que hay después de la muerte
apenas llegará a intuirlo ni a soñarlo.
Israel Esteban