Conversación
conmigo mismo delante de un espejo. Mirándome fijamente a mis propios ojos, me
atrevo a contarme un secreto:
-¿Sabes una
cosa?
-No sé, pero
saliendo de ti será algo magistral.
-¡Ja, ja, ja!
No me seas tonto. Sólo quería decirte que te quiero.
-Gracias, yo
también. No podría vivir sin ti.
-Somos tan
parecidos... siempre pensamos igual y nos reímos de las mismas cosas.
-Es cierto.
Y no sé cómo lo hacemos, pero siempre coincidimos hasta en la misma ropa. Como
justamente ahora. Llevas esa camiseta que te queda de puta madre. Qué clase y
que gusto tienes tío.
-Yo no te he
comprado nada porque no quiero enriquecer a los malparidos de los centros
comerciales. No quiero ser un consumista de esos que celebran hasta el día que se cortan las uñas.
-Tienes toda
la razón. Esta conversación que estamos teniendo es igual de gratificante.
-Por cierto
esta noche cenaremos en casa. Aunque si te portas bien, tal vez te lleve a cenar a la calle
Laurel. Supongo que habrá pinchos temáticos. Solomillo a la frambuesa con
pétalos o alguna movida de esas.
-Me tengo
que ir, nos vemos pronto.
-Hasta el
próximo cepillado, o reflejo de escaparate…
Israel
Esteban