Es la primera vez que escribo un post desde un aeropuerto,
tal vez debería decir que os escribo
desde (refiriéndome a vosotros), pero no estoy seguro de que haya alguien ahí
(¡toc, toc!). El vaso comunicante debe estar estropeado; que eso ocurra no es
nada complicado, basta un individuo con mal humor y unas tijeras. Grito hola
desde mi lado pero desde el otro: silencio. Aunque vea que oscila el contador
de visitas ─siempre en positivo, esto no es el IBEX 35─, es como si estuviera solo, que lo
estoy.
Por megafonía dicen que estoy en el
aeropuerto de Adolfo Suárez y que vigile mis bártulos (la bota de vino, el
bocata de jamón y mi mochila de los años 80), hace poco era de Barajas ─ese pueblo alicaído por la contaminación acústica─. Espero que no le pongan, en
unos años, el nombre de Felipe (el “andalú”) y mucho menos el de Aznár (el
bigotes). No lo digo por nada, tan sólo me preocupa la integridad de los
extranjeros. Que bastante tienen con que les desnuden para que encima, les quieran
complicar la vida alternando los nombres.
Ahora mismo estoy viendo a un grupo de
japoneses dando vueltas sobre sí mismos, de la misma forma que una hilera de
hormigas alborotadas por la gracia de algún niño. No saben adónde tirar: entre las fotos (no es
un cliché, me fotografían mientras escribo) y las tiendas de perfumes, que las
ponen como trampas a lo largo del camino, se acaban colapsando. Alguno ha
cogido un taxi para ir a Barajas, estando ya en Adolfo Suárez. El taxista le ha
dado un par de vueltas por el aeropuerto con una sonrisa de complicidad en la
boca y ya está:
─Ya hemos llegado.
─Pero yo estal en mismo sitio caballelo.
─Cierto, son cinco euros.
─Esto es estafa, no pagal nada, si tenel ploblemas yo usal alte malcial.
Me gustaría seguir escribiendo gili-puerteces, os hablaría del café que me he tomado en el Burger
King, que está junto a la puerta de embarque. Podría hablaros de todas esas personas
que están muy cerca de mí, pero que no me molestan porque no levantan la cabeza de sus tabletas (tablet,
brunch y selfie para los “hipster” del siglo XXI). Si es que no me extraña que
se nos cruja el cuello, que descansemos mal por las noches; hasta cuando
dormimos vemos los fogonazos del led azul sobre el fundido a negro; que es la
pantalla donde se proyectan nuestros sueños.
Última llamada. Os dejo que vienen los de seguridad, no sé qué dicen
de no llevar cuchillos en el avión.
Os quiere (no a todos ni a todos por
igual) el Terapeuta de Supermercado.
Israel Esteban
Libro de Relatos: aquí.