Libros con alma

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Viajar a la Isla de Creta y perderse en el laberinto del Minotauro.








En cuanto llegas a Creta hay varios sonidos que te acompañan durante toda la estancia, incluso hasta cuando has abandonado la isla crees poder escucharlos de forma obsesiva. Me refiero a las cigarras. Millones de cigarras se comprometen cada día en hacerte comprender que en este atolón no existe el silencio, y cuando cae la noche los grillos, irritados a esas horas del todo, toman el relevo. Tal vez una venganza por parte de estos para que las ociosas cigarras no puedan conciliar el sueño. 
Esa rivalidad perpetua hace que el turista, primerizo en entornos mediterráneos, se transforme en enemigo hostil. Sin duda debió de ser el motivo por el que los ingleses de al lado perdieron la costumbre de devolver el saludo. Tal vez tengan la extraña usanza de viajar dejando el protocolo en sus casas, con la convicción de que eso les permitirá ahorrar tiempo y hasta, incluso, dinero.

El romanticismo que yace en mí, tenía la esperanza de encontrarse en Creta al mismísimo Anthony Quinn, que protagonizó “Zorba el griego”.Pulsa en la imagen para ver el baile denominado Syrtaki.



Esperaba que las gallinas correteasen por las calles y que el café frappé valiese menos de un euro. Incluso fraternicé con la idea de localizar a Teseo en un laberinto todavía sin derruir, el del Minotauro.
No obstante todo esto se diluye en cuanto te sientas a la mesa para degustar una buena ensalada griega, que probablemente jamás volveré a probar por el abuso de ella en mi estancia. Otros platos típicos son:los dolmades u hojas de parra rellenas de carne y arroz, tzatziqui, queso feta, saganaki y como colofón una parrillada de pescado bien fresco con los precios del siglo pasado. Entonces es cuando te vuelves más permisivo, sobre todo cuando lo acompañas con el típico vino de retsina. La generosidad griega llega hasta tal punto que, nada más comer, suelen obsequiarte con una buena bandeja de fruta; también te traen una misteriosa jarra de cristal que contiene un líquido cristalino que los camareros, en un alarde de buen humor del negro, le llaman agua natural. En realidad se llama raki y yo lo he rebautizado como “water of the demon”. El raki es agua ardiente que proviene de la uva y que tiene como función convulsionarte el estómago, a otros les ayuda a hacer la digestión. Los camareros suelen disfrutar de la cara que pone el turista primerizo y poco avezado cuando se inicia en la filosofía del raki; se reconocen fácilmente por la falta de pigmentación en la piel. 


Por otra parte, si tienes la opción de alquilar un coche podrás descubrir playas magníficas y yacimientos arqueológicos de la civilización Minoica. Entre ellas está la playa de Mátala. Me entusiasmé con la idea de compartir la vista, que un día al igual que yo, compartieron Bob Dylan y Cat Stevens (antes de abandonar, este último, la guitarra por la religión). Sobre la playa hay una montaña llena de cuevas, antiguas tumbas, que sirvieron como cobijo al movimiento hippie en los años 60. Aún hoy perduran las marcas sobre las pequeñas edificaciones, en las pinturas, en las furgonetas Wolsvagen a todo color. Son como estigmas reminiscentes e informativos que te muestran lo que pudo ser aquello.
Cuando llevas conduciendo unos días, queda impresa en ti la sensación de que existe una única carretera interminable y curvilínea. Una carretera de dos carriles y de doble dirección que queda separada por la doble ralla continua. Un mero entretenimiento óptico que nadie respeta, ya que es por costumbre invadir el arcén para evitar una catástrofe. Podría, ahora mismo, hacer un ranking de carretas peligrosas que he transitado, o mejor aún, de conductores de mente trasnochada. La palma se la llevan en Marruecos, después Bulgaria y podría otorgar a Creta, tranquilamente, un tercer puesto. Aunque podría agregar alguno más, eso lo dejo para el futuro. 

Encontrarse con un español en Creta es tan improbable como encontrarse a “Jonny” (el chico de mi barrio que frecuentaba los locales de las ya extintas máquinas recreativas, y que se financiaba las partidas gracias a la navaja que llevaba en el bolsillo derecho de su pantalón) leyendo el libro de Ulises, de Joyce.

Encontrarse con un ruso en Creta es, y sin que nada puedas hacer, inevitable. De hecho las tiendas, los restaurantes, las discotecas, están diseñadas para ellos. En cada esquina puedes encontrar establecimientos donde venden abrigos de piel; un amplio catálogo de animales muertos, propios del museo de la evolución de Paris. La marca, en un fallido intento de añadir más glamour, de la mayoría de estas tiendas es: VOSS!! Si, sólo les faltó poner Ugo delante; así, sin h. 

Por cierto encontrar a un griego que sepa español es ciencia ficción pero por suerte hablan inglés. Por suerte para ellos pero no para mí. Mi domino del inglés es cuestionable, de nada me vale que en el currículo ponga nivel alto. Todos los españoles hemos puesto lo mismo, sepamos o no hablarlo. Aunque si soy sincero tengo que decir que llevaba conmigo a varias personas que manejan otros idiomas, incluido el griego.

Podría contaros muchas más cosas pero me las guardo para posibles post futuros, tal vez un día os hable sobre el misterio que rodea al disco de Festos (o de Phaistos) que está en el museo de Heraklion. Un reto arqueológico que he logrado desentrañar en parte. 


Curiosidades de Creta:

-Hay cinco gatos por cada cretense. La mayoría callejeros. También se pueden ver muchos perretes playeros, perros errantes que adoptaron el budismo como filosofía y que están de vuelta de todo.

-Según los griegos encuestados, los turistas preferidos son los franceses y españoles. Los rusos, ingleses, alemanes e israelíes dejan mucho que desear en cuanto a modales se refiere. Aunque hay excepciones. 

-Instrucciones para reconocer a un griego: pelo de negro azabache y corto, barba y, por norma, buen humor. 

-Si te fijas bien puedes ver algún que otro Zorba perdido en la multitud. 


Hasta pronto. Os quiere, vuestro terapeuta de supermercado.



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