La noche vieja
se repite como un bucle perpetuo, como una eructación previsible por haber
bebido un refresco. Pero nunca es igual. Se repite pero nunca es la misma. Del
mismo modo que cada mañana, al levantarte, ves en el espejo la cara de alguien
que te resulta familiar; es tu álter ego al cincuenta por ciento.
Este año, para
variar, empecé a cenar, a las doce en punto, una docena de aceitunas ecológicas
que, por supuesto, no me dio tiempo a terminar. Después, con más calma, deguste
una cena sencilla, propia de un día habitual.
Puede que en el
futuro no sea consecuente con lo que pienso y me sorprenda a mi mismo montando
el Belén con un hijo que, irrefutablemente, habrá sido fruto del acto carnal
que desenlaza en una tripa llena; con esa mujer que, indudablemente, me quiere
un huevo y por eso está conmigo. Si, puede que no sea consecuente y compre una
televisión que no quepa en la pared, o puede que se me cruce el cable y me meta
en una hipoteca. Mientras tanto, aprovecharé la lucidez presente para afrontar
los retos que se me planteen en la vida. Y siempre recordaré que, al menos por
un tiempo, fui consecuente.
Israel Esteban
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