Sólo queda un día para que acabe el mundo. Llevo dos meses
haciendo un casting mental para saber quienes serán los escogidos. Son ellos
los que disfrutaran de sus últimas veinticuatro horas conmigo. No, no es un suplicio.
Los elegidos me quieren y estarán deseando. Lo malo es que entre ellos se
llevan mal, por eso he comprado mucho vino.
Estos días estoy
regalando mis libros ya que, para lo que queda, es tontería cobrarlos. Y miro a
los indigentes a los ojos sin reparo y les doy limosnas generosas, hasta para
tabaco o para el lupanar. Que se desfoguen, por qué no. Compro rosas y gafas de colores a todos los que,
en la noche, se me acercan. Me he vuelto
muy generoso estos días, quiero morir con la conciencia tranquila.
Justo ahora que
estaba empezando a desarrollarme como escritor, justo ahora que empezaba a
controlar la técnica y a encauzar mi imaginación… Va y resulta que tengo que
morirme, vaya por Dios. Malditos Mayas.
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Israel Esteban