Casi el noventa por cien de personas que deambulan por los hospitales son mujeres; qué suerte la mía. Que si no fuera porque van con bata blanca, podría dar la sensación de estar en una feria de Cosmo Belleza. Pero nada más lejos de la realidad, ya que no van en busca de extensiones ni de productos de peluquería, si no en su afán de hacer el bien, van escudriñando el brazo ajeno para someterlo a una punción fortuita. Son seres que con una sonrisa de complacencia, te pueden practicar un torniquete o bien “gratificarte” con una endoscopia con el mismo gesto amigable que puede tener uno cuando ayuda a un anciano a cruzar la calle.
Cuando uno entra al hospital deja de ser persona para convertirse en un paciente casi sin identidad, es recomendable dejar la dignidad en la acera. Puedes estar tranquilamente en la ducha y protagonizar la escena de Psicosis cada vez que entran sin avisar. Porque en el fondo no dejamos de ser un número. Nos obligan, por nuestro bien, a deglutir purés de otros mundos y carnes de texturas insólitas.
Un buen sanitario traslada el trabajo a casa y por eso cuando transita de paisano por la ciudad, con el atuendo típico urbano, va con los ojos bien abiertos. Incluso hay algunos, que vagan con la mano metida en el bolsillo para poder acariciar la aguja con la que practican los puntos de sutura, con la convicción de que, con un poco de suerte, podrán coser el labio de algún niño malherido. Otros, los más entregados, acarrean en la espalda una mochila repleta de antiinflamatorios y un desfibrilador de entretiempo.
Son una especie de superhéroes quirúrgicos, que en caso de percance, se meten en la primera cabina de teléfonos que ven para quitarse la chaqueta y dejar al descubierto esa bata blanca que siempre llevan debajo. Como Superman, agudizan el oído para poder escuchar los quejidos de los moribundos. Un boca a boca en un callejón, una contusión en la parada del taxi. Acciones que permiten a uno seguir siendo un temerario, otorgándote nuevas oportunidades y en ocasiones más vidas que a un gato. Otra coyuntura más para tropezarte de nuevo, con la esperanza de que sea con otra piedra diferente a la habitual.
Cuando duermes, ellas, en estado de vigilia eterno, anestesian tus sueños para que no te duelan. Te hilvanan, ponen o quitan y como un buen sastre, pueden hacer con tu cuerpo el mejor de los trajes.
Dedicado a Antonia C.
Te invito a compartir este post y a seguirme en mi Facebook o en el de Bananas Estudio.
Y Para los amantes de la lectura os recomiendo mi última novela:
Me reí muchísimo con tus apreciaciones tan acertadas. JAJAJA!!!
Muchas gracias Lidia. Me alegro de que te haya gustado. Un saludo