Libros con alma

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Te quedaste atrapada en el mundo de la noche. Llevas tantos años detrás de esa barra, que dudo que te reconozca si un día te veo por la calle. 


Recuerdo cuando eras simplemente una chica anodina. Recuerdo aquel día que nos encontramos en el cine. Saliste de ver la película “Studio 54”, aún eras muy joven. No eras tan estúpida como ahora, pero eras mejor persona. Por el brillo de tus ojos deduje cual iba a ser tu destino. 

El día que te llamaron para trabajar en ese local de moda, no cabías dentro de ti. Fuiste a sustituir a Gabriela. Esa que se convertirá en tu sombra futura. Ni siquiera la miraste. Gabriela llevaba trabajando en ese pub desde que inauguraron la calle por el año 1990. 
Me llamó por mi nombre, y fuera de la barra nos tuvimos que presentar porque para mi, ya era otra. 
Fue la primera en ver mis acrobacias por el influjo del tequila, la que me vio dar mi primer beso en la densa noche del Pub Laycost. 

Llegó la despedida. Resignada salió por la puerta del almacén dejando tras de sí demasiados recuerdos borrosos. Su piel cetrina, trabajada por el cincel ultravioleta, le confería un aspecto irreal. Se iba con cierto rencor, acordándose de que llevaba años diciéndome que sólo quería trabajar ahí durante algún tiempo. Hasta que llegado el momento, me reconoció no servir para otra cosa. Lo dudo, porque ni siquiera lo intentó. 

Ahora llegas tú. Eres la nueva camarera. Ya han empezado a enredarte, tienes más amigos en tus redes sociales que minutos de vida. Tu contrato jamás será indefinido. Durará hasta que la firmeza de tu pecho y la tersura de tu rostro caduquen. 
Tengo que reconocer que por algún tiempo me llamaste la atención. Lo pasamos bien juntos. Pero no me hizo falta invertir mucho tiempo para darme cuenta, de que estando contigo me encontraba más vacío que cuando estaba solo. Tú eras la equilibrista del abismo de la absurdez y de la ignorancia. Y yo alguien que supo huir a tiempo. 
Éramos incompatibles tanto en horarios como en conversaciones. Llegabas todos los días de madrugada y sentía tu beso en mi mejilla. Suave para no despertarme. Y por la mañana, cuando me levantaba, eras tú la que dormías. Mi beso en tu boca, era siempre el de la despedida definitiva que nunca llegaba. 


No pienso volver a visitarte al Laycost. No quiero formar parte de ese mundo. Al igual que tu nunca dedicaste nada de tu tiempo para escucharme y entenderme. Nunca te gustaron mucho las conversaciones trascendentes. Y te lo diré por última vez: pensar no te estropeará ni el cardado ni el lacado de uñas. 




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